Una glosa a lo literario de un poema de Celaya

Poeta de los XIII Encuentros de Humanidades y Filosofía
Ramón Rubinat

Escuela Hispánica de Ciencia y Filosofía de la literatura ( EHL)

«Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia…»
(La poesía es un arma cargada de futuro, Gabriel Celaya)

Puede que ya no esperes en esta vida nada personalmente exaltante o sí, aunque no es esa una cuestión capital a la hora de escribir poesía –a pesar del prestigio que en nuestro mundo tienen las turbulencias de raigambre romántica–, pero, de darse la exaltación, el pálpito, sin duda, este se seguirá más acá de la conciencia, pues no hay excursión al más allá. El espíritu, que siempre nos figuramos como una mujer muy desgajada de sedas, amiga de mogollonizarse con otras como ella y dedicada al menudeo de estrofas y metáforas, no es más que una vulgar ilusión. Si la sigues, te darás de bruces con tu fracaso.
Si estás loco, ¡al psiquiatra!
Si oyes voces, ¡al psiquiatra!
Si crees que, arrullado en tu estudio, vitaminado y supermineralizado de cultura, la poesía te ha sido dada, ¡al psiquiatra o a la universidad!
Si sientes que tus manos escriben al dictado, que eres un escriba, que no le puedes poner un © al poema porque el poema no es tuyo, ¡al psiquiatra!
Si crees que el humo dulce de ese porro aplastaburras es la cámara hiperbárica de la creación, ¡al psiquiatra!
Que me dices que no sé de lo que estoy hablando, que no lo he vivido, que hay poemas enteros que tú has escrito sin saber cómo, y que todo esto lo ignoro, ¡al psiquiatra!
Afirma fieramente tu existencia y golpea las tinieblas y advierte que siempre fue la lucha compañera del imperio, pero no te entusiasmes (enthousiasmós: «rapto divino»). Cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, no se dicen verdades, no es esta una competencia del poema: la Literatura no está sujeta a veridicción. Si el poema ensancha los pulmones, celebremos lo anaeróbico, pero el poema lo que tiene que hacer es ensanchar tu capacidad crítica. Cuando mira los ojos de la muerte, el poeta párvulo se convierte en un gacetillero de su propio escalofrío y brinda a la Gloria sus excesos de impudicia; el poeta materialista, el que sabe que su oxígeno solo está en el más acá de la conciencia, pensará personalísimamente el escalofrío y te desafiará a duelo con las armas de la razón y la imaginación, te dirá que este músculo convertido en idea nace para batirse contigo. El poeta párvulo –velocidad del instinto, rayo, prodigio y magia– cree que lo real se convierte en lo idéntico a sí mismo, como si la realidad fuese una plastilina y el poema un milagro isomorfo, un adecuacionismo entre el Mundo y el Yo; el poeta materialista, en cambio –razón, crítica, ciencia, dialéctica y symploké– hará del escalofrío el hormigón del poema: lo que antes era fisiología (para el poeta párvulo, lo sensible siempre culmina en una admiración, un pasmo, de sí mismo), ahora te obliga a pasar unas tardes en la biblioteca.
Dale poesía al pobre y se te morirán los pobres y se te morirá la poesía. Pero dilo, dilo en nuestra universidad de género, di que quieres poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica, e igual te conceden tres tramos de docencia o te acreditan para regir el Instituto Avellaneda. Todos vivimos a golpes, salvo el poeta funcionario (otros golpes recibirá, pero no el de la pobreza). El poeta Profesor titular de Literatura en la Universidad puede denunciar que apenas si le dejan decir que es quien es porque el fascismo –ese Kurtz (¡el horror, el horror!) asaltaniños– siempre merodea su libertad. El poeta de las catorce pagas grita que sus cantares no pueden ser sin pecado un adorno, cuando él sabe, porque ha leído a Bécquer («Tú sabes y yo sé que en esta vida / con genio es muy contado el que la escribe / y con oro cualquiera hace poesía»), que la poesía no será un lujo cultural pero sí dice el sofisticado desarrollo institucional de los Estados. El poeta profesoral siente que toca fondo pero la extra de Navidad acude a su auxilio para elevarle el cinismo. Y luego vendrán muchos finales de mes, pero él siente que toca fondo y, entonces, apurado el cigarro, se pide otro: ¡silencio, el poeta está luchando!
La cuestión no es que la poesía se desentienda o evada sino de qué se desentiende y de qué se evade. Desentiéndase la poesía y evádase de cuantas recetas ideológicas y delicuescencias psiquenáuticas la reclamen y entienda la poesía –y quédese firme allí– que, entre el sonajero y las paparruchas del muecín, cabe el pensamiento crítico. Del mismo modo que no puede darse un congreso de intelectuales –Gustavo Bueno decía que, en caso de celebrarse, sería un congreso de mónadas, pues, de otro modo, la comunión diría el acriticismo de unos individuos incapaces de desentenderse del discurso cohesionador y, actuando en consecuencia, largarse del foro-, no es conveniente que se dé el entendimiento y la militancia del poema en ninguna instancia gremial, porque, llegados a ese punto, se desvanece la crítica y ya todo es publicidad. Cuando el cínico maldice a quienes no toman partido, lo que está diciendo es que maldice a quienes no toman partido por él y por su hazaña soteriológica.
Y ahora redoblen los tambores para dar paso a lo mesiánico: Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Esto último nos advierte de lo peligrosa y persistente que es la nostalgia de la barbarie y las cotas de engreimiento a las que puede llegar el poeta. Construye tus versos (quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica qué puedo), puedes y debes hacerlo: ahí está el reto. Ingeniero del verso y un obrero: lo eres, eres un obrero del verso, pues la acción de escribir, lejos de los más allá que algunos afirman conocer, es una acción realizada por un sujeto operatorio; el verso es una construcción humana hecha con los materiales que nos brinda la realidad. Lástima que no todos encaminen esta actividad a la construcción de un racionalismo literario realmente crítico y, en cambio, prefieran determinarla a otros propósitos como la construcción de una particular España. Tal es mi poesía: poesía-herramienta, a la vez que latido de lo unánime y ciego. Pues sepa el poeta que así no se construye un Estado, así se le da la razón a Platón: hizo bien en echaros de la República. Un Estado no se construye con los latidos de lo unánime y ciego, con estos latidos solo se construyen recitales y euforias endogámicas. La poesía será el arma cargada de un futuro expansivo con que el poeta nos apunta al pecho, sí, de acuerdo, pero ¿con que munición? Poetizas a hostias, sí, vale, pero con hostias de pan ácimo: no logras nada, ni siquiera nos alimentas.
No es una poesía gota a gota pensada. Y este es el abismo. Este es el “cerrado por derribo” que cuelga en nuestras Facultades de Letras.
Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos. Pero si es aire y canto y no es razón, ¿cómo la explicas en clase?, ¿puede una institución tolerar que alguno de sus profesores entienda la poesía de este modo y siga ejerciendo la enseñanza de la Literatura? ¿Cómo se enseña el aire poético? ¿Cómo se enseña el espaciamiento de los adentros? ¿Y cómo se evalúa todo esto? Obviamente, no se puede. ¿Qué queda entonces? El contexto histórico, la vida del autor, las características generacionales, la métrica…, todo aquello a lo que acuden quienes no saben qué hacer con la Literatura.
Son palabras que todos repetimos sintiendo, como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Y está bien que así sean. Dígase la poesía, pero piénsese la poesía, sobre todo piénsese en la universidad, piénsese allí la poesía o clausúrese aquel tinglado. Y diga el profesor –y que lo diga el crítico, también–, qué criterio sigue para pensar la poesía, diga si se sirve de un conocimiento conceptual (científico, gnoseológico) para construir sus ideas (filosofía, crítica) o se libra a la psicología (y dice lo que piensa), a la retórica (eufonía, formalismos), a la ideología (doctrina) o a la doxografía (si se limita a explotar una eruditísima rapsodia de citas).
No es verdad que la poesía sea lo más necesario y no es verdad que la poesía es lo que no tiene nombre: en la Crítica de la razón literaria, la Teoría de la Literatura construida por Jesús G. Maestro que nosotros utilizamos para pensar la literatura (¿en qué fundamentas tu criterio?), esta se define como “filosofía en verso”. No hay una relación entre Filosofía y Poesía, sino que la Poesía es el resultado de la relación (symploké) de unos contenidos lógicos (de unas ideas), trabajados según un criterio estético y poético y objetivados en una fábula, bien de forma explícita, bien disueltos en ella. Decimos que no hay una relación porque la dialéctica de ideas forma parte de la realidad ontológica del poema. Me dirás que hay poemas que solo son eufonía y llevarás razón, pero te diré que, para que tus obras sean leídas como Literatura necesitan pasar el filtro de la transducción (las instituciones de un Estado que las reconozcan y difundan como tal Literatura). Cuando veas que el Estado organiza congresos de sonajeros, sabrás que su decrepitud se encuentra en una fase muy avanzada.
Diremos que hoy, la poesía, puede que sean gritos en el cielo, pero sabemos que, desde Homero, a menudo ha sido un grito contra el cielo. Y sí, definitivamente, la poesía es un acto, pero un acto encaminado a la mayor de las irrelevancias si las instituciones no preservan y capacitan (si no dotan de un criterio verdaderamente operatorio) a quienes ellas mismas reclutan para enseñarla (a los transductores).
Contra el sonajero y las paparruchas del muecín, la lucha contra las ideas objetivadas en el poema.


Entrega del Premio Cervantes de la Filosofía
Antonio Muñoz Ballesta en la entrega del Premio Cervantes de la Filosofía a Michel Houellecbecq
Poeta de los XIII Encuentros de Humanidades y Filosofía
Ramón Rubinat

Escuela Hispánica de Ciencia y Filosofía de la literatura ( EHL)